Por: René Calderón

"Un Mamani se tumbó a Kuczynski", "Moisés Mamani es un héroe", "un aymara cojudeó a los criollos limeños", "superMamani tumbó a corrupto PPK". Es verdad que el puneño Moisés Mamani grabó los videos que precipitaron la renuncia de Pedro Pablo Kuczynski, pero su accionar no nace de la convicción y rectitud de un hombre; el hecho obedece a un patrón de conducta que caracterizó su vida desde muy joven y también satisface a la jefa de la mayor organización delincuencial instalada en el Perú desde el año 1990.

La historia de Moisés Mamani, no es inmaculada, es la historia de la informalidad e ilegalidad, nunca terminó ni la primaria, pero declaró en su hoja de vida para postular al Congreso de la República que tiene estudios de educación básica; incluso se inscribió a la carrera de Derecho de la Universidad Andina Néstor Cáceres Velásquez, con certificado falsificado de Secundaria; obviamente después fue desaforado cuando se hizo público la denuncia.

Pero hay más en la historia de Mamani Colquehuanca, entre el año 2005 al 2008, se adjudicó 29 millones del Estado Peruano a través de 13 empresas (en su mayoría dedicadas a la seguridad) que ganaron licitaciones también con documentos falsificados; es decir, construyó un imperio económico siempre en el camino rentable de la informalidad.

Por tanto, la grabación de los videos protagonizada por Moisés Mamani a congresistas de su propia bancada y funcionarios del Estado, no es un hecho circunstancial motivado para evitar la imperante corrupción, sino es la expresión de su esencia, es un patrón de conducta repetitivo en su vida, que no merece ninguno elogio; no refleja la esencia del hombre andino, está muy lejos de la identidad aymara, no le ha ganado a nadie excepto a Lucio Ávila. En síntesis, Moisés Mamani es la expresión de la pendejada peruana, no representa a la cultura aymara.

Su accionar no lo hizo pensando en el Perú, sino lo hizo para tener un peso en su organización político, vaya que se granjeó, que le feliciten los fujitrolls, que santifiquen los ingenuos militantes, que admiren los despistados ciudadanos. Si quiere puede saborear la victoria y disfrutar del edén prometido de Keikolandia, pero para la mayoría de los peruanos seguirá siendo un conspicuo militante de la mayor organización delincuencial del Perú.